EL GATO EN EL VASO
- Maia González
- 13 may 2020
- 2 Min. de lectura

Ilustración de Isabella Arias
Puedes encontrar cualquier tipo de gato, cualquiera que se te antoje, pero, ¿y un gato azul? Pasé toda una vida deseando uno, uno que se escondiera con el azul del cielo, también que le guste el agua, que cuando nade parezca un axolotl azul.
¿Imposible? No lo creo. Encontré uno así en un lugar muy lejano, al que no se llega ni en barco ni en avión. Yo no iba sola, me llevaba un amigo. Siempre me dijo que tenía un truco especial, pero nunca me lo dijo, y nunca pregunté.
Solo recordaba cerrar los ojos y materializarme en un mundo totalmente distinto, lleno de dulces, un gran castillo, gente que corría y gritaba, felices.
En ese mundo no había dolor, ni muerte, llegué a durar dos semanas allá.
Cuando volvía al mundo real aparecía en el último lugar en el que había estado. Siempre era frente a un vaso de agua a medio tomar, y al frente del vaso, mi amigo, que luego me decía cuanto tiempo había estado afuera, normalmente, eran una o dos horas.
Algunas veces quería volver a tomar del vaso para volver a mi alegre mundo y desaparecer de mi atroz realidad, pero él no me dejaba, decía que era dañino tomar otra vez, así que tiraba el resto del agua al lavaplatos.
Sin embargo, no le hice caso. Descubrí muy tarde su plan.
Antes de tomar visualicé la sustancia blanca que recorría el agua. Ese hombre me mataba poco a poco y apenas me había dado cuenta, pero igual tomé y caí.
Mi mundo estaba igual, pero, ¿cómo iba a salir?
No tuve tiempo para pensar, sonó un estallido en el cielo y pequeños dulces empezaron a caer. Me caían en la cabeza como nueces. Corrí todo lo que pude, pero no lograba escapar de ellos. Comenzaron a caer cada vez más grandes, al punto en que me quedé quieta cubriéndome la cabeza, pero me rasgaban las manos. Los dulces ya tenían tamaño de ladrillos, así que me recosté en la hierba llena de dulces, y me dejé matar.
Desperté acostada en un sofá, al frente de una mesa, con el vaso de agua. Él estaba sentado como siempre, esperando pacientemente a que despertara.
-¿Por qué haces esto? – le pregunté finalmente.
-Hace un rato me pidieron que probara esta nueva droga-, dijo-, y, al parecer, te gustó. Aunque es un verdadero pesar que una niña tan joven como tú la haya probado.
-¿Por qué?
-Porque las alucinaciones son muy potentes, tu cerebro fue sumergido en un mundo nuevo donde todo es posible. Estás muy deteriorada, llevas un año entero tomando esta dosis, no te deben quedar más que unos pocos meses de vida.
¿Un año? Nunca fui consciente del tiempo, pero ya era muy tarde, nunca iba a volver allá.
La felicidad tuvo un costo. Aún recuerdo todos los días felices que pasé allí, toda la magia…
Se acabó, y, sin pensarlo dos veces, me lancé hacía él agarrándolo en mis brazos hasta matarlo. No se resistió, no lo veía venir, pero lo recibió bien, como si entendiera todo lo que pasaba por mi cabeza cuando me confesó todo.
Luego, tomé del vaso hasta que quedó vacío.
No sé si caí o morí.
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