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SOY VACÍO

  • Maia González
  • 21 nov 2020
  • 3 Min. de lectura

Ilustración de Adrián Camilo Aristizabal



Era un día gris, aburrido y monótono, no tenía expectativas sobre él. Hoy era día libre, así que me pasé toda la mañana acostado haciendo absolutamente nada, viendo videos sin razón en la computadora hasta que me llamaron a almorzar. Mis papás habían pedido comida a domicilio, y nada de lo que habían pedido eran cosas que me gustaban, así que le pedí a mi madre que me cocinara algo distinto para comer, y ella así lo hizo. En resumidas palabras, almorcé y me retiré a hacer exactamente lo mismo que había hecho en la mañana. Siento que debí haber aprovechado mi día para hacer algo más, como los mil trabajos que tenía que entregar, pero ya no importaba, realmente no me importaba tanto el estudio como para esforzarme y sobresalir, prefería más solo “pasar”, igual iba a tener la universidad que quisiera para la carrera que quisiera, mis padres me habían prometido eso desde siempre.


Parecía que la única cosa que de verdad me importaba como para esforzarme en ella era mi pelo, que requería bastante laca y cosas para mantenerlo en forma: La verdad, a nadie le gustaba menos que a mí. Su forma vertical y su color rojo eran odiados por todos, lo cual me molestaba, pero no me importaba. Siempre había tenido la libertad de ser quien quisiera ser, hacer lo que quisiera hacer, tener todo lo que quisiera, y me dedicaba a sacarle jugo a todas las libertades que se me daban, pedir cosas carísimas sabiendo que las tendría en la mano, o durmiendo hasta tarde, y demás cosas.


Muy pocas veces, cuando no podía dormir, pensaba en si esto era bueno para mí. Tal vez ellos solo querían que fuera feliz, ¿pero esta era la manera? Me acordaba de toda la gente que crecía mal enseñada a tenerlo todo y no servir para nada, y realmente le temía a tener que vivirlo algún día, ¿pero que podía hacer? ¿decir no? Mi vida actual era algo muy dulce que no podía rechazar, y saben, al final me dormía y no lo volvía a pensar.


Con el paso del tiempo, se me hacía más difícil pensar en cómo pararlo, y cada vez mi costumbre crecía y crecía, hasta que ya no me podía imaginar siendo alguien autónomo, que se preocupaba por cosas básicas como su familia, o al menos el estudio.


Ese día cuando por fin había cumplido 20, cuando por fin me había podido graduar del colegio debido a todas las veces que había perdido el año, mis padres habían dejado su imaginación volar, sobre mí estudiando quien sabe dónde, volviéndome un profesional en quién sabe qué. Yo solo los escuchaba, nunca había pensado en mi futuro de esa manera, y me preguntaron sobre mi opinión de un plan de estudio en EE. UU, a lo que dije que sí. También dije que quería estudiar ingeniería de cualquier tipo que quisieran, nunca lo tuve claro, pero al final allí las aprendería ¿no?


En tan solo meces, allí estaba, rompiéndome la cabeza sin saber que había hecho. Me sentía como una esponja distinta a los demás, que no absorbía conocimiento tan bien como el resto, mis compañeros acababan con un montón de hojas llenas de notas que no entendía, leían hasta tarde, hacían aportes a la clase pareciendo ya profesionales, y yo seguía en el punto en el que todavía me cuestionaba qué había hecho.


Decidí volver con mi familia, les dije que no era lo que pensaba que sería (ni siquiera lo había pensado), y que quería buscar hacer algo distinto. Terminé iniciando bastantes carreras, dejándolas todas colgando, y aún no sabía que hacer de mí. Entonces, me puse a pensar cuán necesario era que hiciera algo, me podía quedar con mis padres por siempre, durmiendo bajo su techo, comiendo de su comida, usando de su Wifi, y no pasaría nada.


Nunca tuve que ser alguien, menos el aburrido tipo gasta-lacas-a-litros- y su pelo rojo.

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