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MASACRE Y SUS COLOMBIAS

  • María Antonia Peláez
  • 4 sept 2020
  • 3 Min. de lectura

Imagen: Getty Images

Todo Colombia estaba feliz, y tal vez un poco agotada, alrededor del 10 de agosto, sabiendo que la larga cuarentena estaba a menos de un menos de acabarse el 1 de septiembre. Pero, ese mismo día, los oídos colombianos empiezan a sentir ruido en Twitter y las noticias. Fuertes titulares anunciaban la masacre de Cristián Caicedo y Maicol Ibarra, 12 y 17 años, en Santa Lucía, Nariño. El terrible suceso ocurrió mientras iban a su colegio para entregar una tarea, explican sus familiares, y no hubo testigos ni causa de muerte. Jaime Honorio Gonzales, periodista e investigador, afirma que el límite entre Cauca y Nariño es un camino clave para los narcotraficantes, ya que es un acceso directo a sus plantaciones al océano Pacifico, y de ahí al mundo entero, implicando que estos grupos pueden estar involucrados en la masacre.


Este tipo de noticia, aunque inesperada y trágica, puede ser considerada como “algo normal” en Colombia por los propios colombianos, ya que nuestros índices de violencia son altos. Sin embargo, tan solo un día después, el ruido aumentó, bastante: las palabras mostrando la masacre de Juan Manuel Montaño, Leyder Cárdenas, Jean Paula Perlaza, Jair Andrés Cortés y Álvaro José Caicedo inundaban las redes, los noticieros y los artículos. Ocurrió en Llano Verde, Cali, Valle del Cauca, cinco cuerpos jóvenes de 14 y 15 años recibieron el amanecer de la sucursal del cielo.


El viernes de esa semana familiares y amigos de las víctimas cargaron sus ataúdes por la ciudad para decir su último adiós. Videos de estas personas sufriendo por su pérdida frente a las grandes cajas de madera se hicieron virales, al igual que videos pidiendo justicia, respuestas o razones. Pero el dolor no solo era psicológico, el luto de las víctimas fue interrumpido por una granada que dejó 8 heridos (entre ellos un niño de un año) y un muerto. Twitter estaba enfurecido, el suceso era primero en tendencias, y muchos colombianos perdieron la esperanza de volver a salir después de cinco meses de cuarentena. Las autoridades afirman que los actores pueden ser bandas delincuenciales que se disputan el control del tráfico de drogas en Cali.


La cosa no termina aquí. El 15 de agosto, en altas horas de la noche, hombres armados dispararon indiscriminadamente contra un grupo de jóvenes en Samaniego, Nariño. Ocho murieron en el momento. Simultáneamente, en el mismo lugar, una joven fue asesinada, y, como ha ocurrido con las últimas 3 masacres, no es claro quiénes son los culpables. Estos son solo tres ejemplos.


Este tipo de acontecimientos están trayendo a la memoria de los colombianos épocas oscuras de la historia del conflicto armado en Colombia, incluso después del Acuerdo de Paz, cuando las guerrillas, los grupos paramilitares y el gobierno estaban en constantes enfrentamientos, dejando sobre todo a los civiles rurales en medio del fuego. Esto no es nada bueno, ya que estos tiempos fueron de terror puro, de ser imposible ir a las fincas, de no querer salir de la casa, de miles de muertos y cientos de masacres. Por otro lado, las masacres del 2020 también están levantando a las nuevas generaciones de sus sillas, motivados por sus pensamientos de justicia y derechos humanos, exigiendo respuestas y pidiendo acciones por parte del gobierno.


Durante el mes de agosto, las masacres dejaron 45 víctimas en diferentes zonas del país. Según las Naciones Unidas, en todo el año ha habido 33 masacres y 97 asesinatos de líderes sociales. Por otro lado, los departamentos más afectados por la violencia son los rurales: Arauca, en la frontera con Venezuela; Nariño, que limita con Ecuador; Cauca, tierra indígena y Catatumbo, que tiene 400 kilómetros con los venezolanos. Los perpetuadores, según el Ministro de Defensa “son los mismos de ayer y por las mismas razones. Ex-FARC, Ejército de Liberación Nacional (ELN), grupos narcotraficantes y delincuentes de todos los pelambres”. Sin embargo, las cifras del Centro de Memoria Histórica muestran que, aunque todos los grupos utilizaron masacres para el terror, de las 1.982 (1985-2012), el 58% las hicieron los paramilitares.


La pérdida de tantas personas, de tantos jóvenes indefensos, es definitivamente trágica. Ver como los familiares sufren en video genera sentimientos de rabia y de querer hacer algo, y sí se puede hacer por más insignificante que suene: informarse. El conocimiento nos hace críticos, el hecho de que estés leyendo este artículo es un gran paso para lograr una población colombiana educada sobre su propio país. Cuando nos volvemos críticos, podemos tomar mejores decisiones, ya sea en nuestros votos o como ciudadanos, lo cual va a traer mejores resultados tanto para nuestras vidas como para el país. Esperamos que se informen más sobre este tema para que puedan sacar sus propias conclusiones y posiciones, y, ante todo, esperamos que las familias encuentren paz y las víctimas descansen en paz.

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