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LA SANGRIENTA DIVERSIÓN DE COLOMBIA

Como va a ser maltrato si son dos animales en igualdad de condiciones, además ellos nacieron para pelear.

Bajo una calle, en medio del corregimiento de Rozo, unos aficionados a las peleas de gallos han improvisado un ring en el patio de una casa. Las apuestas pueden llegar a varios millones de pesos pero la práctica está permitida en Colombia en nombre de la tradición.


El canto de los gallos cubre el ruido de la circulación. En torno al modesto ring, hombres, mujeres y niños no pueden esperar a que comience la primera pelea; muchos de ellos llegan a apostar todo lo que ganaron durante esa semana.



“Imagino que es algo genético, porque mis padres y hermanos también son aficionados a las peleas de gallos”, explica el dueño de la gallera, Leyton Tenorio de 31 años, para quien los gallos se han convertido en su forma de vida.


Las peleas en Colombia son una actividad que lleva tiempo de preparación, nueve semanas es lo mínimo que se debe entrenar un gallo para que esté listo para pelear, sufriendo en el entrenamiento los primeros rasgos de lo que se puede entender como maltrato. Estos animales deben defenderse con lo que saben y con dos espuelas de carey en sus patas cada una de 5cms., con las cuales apuñalan lentamente a sus adversarios. Los combates terminan con la muerte de uno de los dos contrincantes o cuando el tiempo de pelea termina, en este caso diez minutos.


Todo este tiempo es necesario para que los gallos terminen lastimados, siendo frecuente que los animales terminen la pelea con el cuello cubierto de sangre, tuertos o con heridas que requieren puntos de sutura, practicados al momento por sus dueños.


En Colombia son legales las peleas de gallos, considerandos tradición y cultura alrededor de todo el país, pero muchos de estos sitios donde se practica esta actividad no lo son, habiendo en Colombia solo 10 galleras legales de 3.600, pero las autoridades hacen la vista gorda con las peleas de gallos, invocando una tradición cultural.


“Hace más de 100 años que se organizan peleas de gallos”, dice el juez de la pelea, Jhon Edison Cordoba, añadiendo que los gallos de pelea permiten a las clases populares completar sus ingresos. En algunos casos, las peleas pueden ser más lucrativas, con ganancias que pueden llegar a ser de más de 100 millones de pesos. El pasado abril de 2015 en el Festival de la Leyenda Vallenata en Valledupar, afirmaba Leyton, que en un coliseo de gallística, un apostador ganó una suma de 280 millones de pesos.


AFICIONADOS COMO LOS DEMÁS


Los aficionados a esta práctica se consideran aficionados como los demás. “No es violencia, es un deporte”, sostiene Carlos Andrés Mazuera, de 22 años, después de haber ganado 200.000 pesos en una pelea, sin tener la más mínima idea que el maltrato animal también puede ser de forma indirecta como se muestra en esta actividad.


En esta lucrativa industria, los mejores gallos pueden venderse por cifras entre los 2 hasta los 70 millones de pesos, explica Aurora Ipia, dueña de una gallera y de más de una docena de gallos. Colombia además exporta estos animales a países vecinos como Venezuela, Perú, Panamá, e incluso a otros más lejanos como Cuba u Honduras, asegura.


Aunque los aficionados defienden la voluntad de preservar una cultura ancestral, los grupos de defensas de los animales no ven en ello más que crueldad, “Esto es tortura, hay que ser conscientes. Pero la mayoría de personas piensan que el hecho de combatir está en la naturaleza del animal”, dice Aurora aunque lleve las peleas en su sangre.


El año pasado, Colombia adoptó su primera ley de protección de los animales, que da cárcel a aquellos que causen muerte o lesione gravemente la salud o integridad física de los animales silvestres, domésticos y amansados, después de años de presión de diversas oeneges. Estas lamentan, sin embargo, que la legislación no se aplica a las peleas entre animales, en nombre de la tradición.


“Hay mucha gente que vive de esto, gente influyente detrás de las peleas, yo pienso que esto nunca acabará”, concluye John antes de irse a trabajar en su próxima pelea.



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