Los protagonistas en cuentos de terror son personas con desórdenes mentales, quienes acuden a lo sobrenatural para justificar su locura.
Ilustraciónde Isabella Arias
Pensé que estaba siendo inteligente al hacerme pasar por loco en la corte, por hacer que no me llevaran a la cárcel. En cambio, me llevarán al psiquiátrico, pero no entendía lo que era este lugar, lo que significaba el estar aquí. Pensé que estaba preparado para ver a estos lunáticos a la cara, pero no, estaba equivocado en todo. Me internaron y conocí a mi querido compañero de locura, Carlos. Uno pensaría de él como alguien mucho peor, pero en verdad, quitando el lado esquizofrénico, me gusta estar con Carlos, un hombre delgado, un poco bajo, de tez clara, un poco más de lo normal y perdiendo el poco cabello café que tenía. Él me ayudó a conocer el lugar, a hacer amigos y me dio estrategias de supervivencia. Sin embargo, no todo podía ser bueno. La primera impresión que me dio no fue la mejor, pues apenas entré al cuarto lo vi mirando a la nada, elevado; él sabía que estaba ahí y me dijo "¡Quieto!" En ese momento no lo entendí muy bien, pues aún no sabía su condición. Empezamos a pasar los días hablando, era un hombre muy interesante, tuvo tres hijos con su esposa María. No ha oído de ellos en años, pero él tampoco sabe por qué. Me causó un poco de curiosidad, pero no la suficiente, continuamos hablando todo el tiempo, jugábamos cartas y demás. El psiquiátrico era lo mejor que me había pasado, o eso pensé.
Un día me entró curiosidad así que le pregunté a un doctor por la familia de Carlos. El doctor se puso pálido, me miró por unos segundos con esta mirada que comunicaba tanta preocupación y terror, hasta que por fin pudo sacar unas palabras, "¿Eres el compañero de Carlos?" Le respondí que sí. Me tomó fuertemente del brazo y me llevó a otra sala con otros dos psiquiatras. Les dijo que me hablaran del caso de Carlos, pero ninguno era capaz. Sabía que había hecho algo terrible, pero no qué. Esa noche me levanté con un ruido, aún era la madrugada y quería volver a dormir, pero algo no estaba bien. De repente sentí un olor repugnante, quería vomitar, prendí la luz y vi el cuerpo de un pájaro en el piso. Llamé a los doctores, pero nadie atendía, algo estaba mal, muy mal. Carlos fue el primero en acudir, me alegré al ver un rostro conocido, lo abracé al sentir el alivio de que él estaba ahí. Entró a la habitación a revisar, pero no había olor ni pájaro, solo nosotros dos. Tras varios abrazos y algunas palabras, Carlos se fue y yo me volví a acostar.
La mañana siguiente me levanté, no había pájaro, ni olor, solo estaba yo en el cuarto. Todo estaba tranquilo. Decidí quedarme acostado un tiempo más, hasta que me di cuenta, Carlos no debió estar ahí, Carlos debería haber estado encerrado y los doctores debieron ser quienes acudían. Carlos había hecho algo terrible y yo era el siguiente. Fui al baño, rompí el espejo y tomé un pedazo. Salí de la habitación y todo parecía normal, pero yo sabía que algo andaba mal. Llamé a Carlos y le dije que tenía que hablar con él. Él acudió como siempre, me acerqué un poco a él y enterré el pedazo de vidrio una y otra y otra vez en su abdomen. La sangre salpicaba, sentía como penetraba su piel con cada puñalada, como dañaba sus órganos y escuchaba sus gritos de auxilio, como si no supiera lo que hizo.
Los doctores entraron rápidamente. Varios enfermeros me quitaron el pedazo de vidrio, pero nadie atendía a Carlos, era como si no estuviera ahí. Desde ese día, me encerraron de verdad, en un pequeño cuarto, desde el día que entré al cuarto vi que Carlos también estaba ahí. En ese preciso momento me di cuenta que yo en verdad era el loco.