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Desde niños nos preguntamos acerca de lo que queremos ser: astronauta, bombero, policía, corredor de Fórmula 1, cantante de reggaetón, médico o simplemente ser feliz. De niños, la perspectiva de lo que queremos es sencilla. Sin embargo, a medida que crecemos, comienza la presión por lo que significa ser adulto. Para algunos, las elecciones son lineales y sencillas: Terminar el bachillerato, estudiar una profesión, casarse, tener una familia, jubilarse, y en algún momento se pierde lo de ser feliz.
Cuando se ingresa a décimo, la presión es casi insoportable. Además de tener que pasar los trabajos de Metodología de la investigación, los exámenes de Mario, las largas parrafadas en el tablero de Darwin y las fórmulas Químicas de Liza; los primeros amores y desamores, los chismes, las salidas con los amigos; está también la responsabilidad de decidir qué es lo que se quiere estudiar, a qué vamos a dedicarnos el “resto de nuestra vida”. Aunque sería conveniente no olvidar que el trabajo será sólo una faceta de la vida, no la vida misma.
Una de las mejores herramientas que podemos encontrar en la vida es el ensayo y error. Es eso, precisamente, lo que significa la inmersión laboral, ese breve espacio que se encuentra antes de la semana de receso, justo en mitad del período, para enfrentarse con uno de nuestros mayores retos, ¿qué significa en verdad el trabajo? Así que durante tres días o más, los que tenemos suerte, nos enfrentamos a lo que sucede en una empresa, preguntamos acerca de lo que significa ser publicista o ingeniero o médico o comunicador social. Algunos descubrimos que no nos gusta el trabajo de oficina o que no nos gusta trabajar con muchas personas o que los pacientes de los hospitales están sufriendo, sin importar lo bien que nos caigan. Otros aprendimos que el mundo de los dulces no se puede mover por sí solo, o que los espacios que admiramos, dónde están los animales que más nos gustan, pueden no estar haciendo tanto bien como quisiéramos.
¿Qué significó para muchos de nosotros? La posibilidad de acercarnos a nuestros intereses y prepararnos para lo que nos espera; es la oportunidad que tenemos de conocer de cerca aquello a lo que pensamos dedicarnos, de conocer de primera mano que significa ser economista o ingeniero. Porque la inmersión laboral es precisamente eso, es conocer acerca de todos los procesos que vive un profesional en su día a día; por lo tanto conocemos máquinas, programas, formas de relacionarnos con otras persona. Por un día pudimos ser veterinarios, publicistas, e incluso periodistas. Algunos estuvimos encantados, otros conocimos el desencanto. Supongo que eso también hace parte del crecimiento.
En resumen, esos pocos días de inmersión laboral, es un espacio, breve, brevísimo, en qué pudimos jugar, explorar, cual es el paso que sigue, no en busca de una profesión, si no en nuestra búsqueda de ser felices.
