Ilustración de Daniela Puerto.
Karla vivía con su padre en una casa alejada de la ciudad. Tenían una relación maravillosa y se amaban profundamente. Una mañana, el padre de Karla se fue en un viaje de negocios. Desayunaron juntos, él le dijo que volvería a casa muy tarde esa noche. Con eso, le besó en la frente, agarró su maletín y salió por la puerta principal. Más tarde ese día, cuando Karla regresó a casa de la escuela, hizo algunos deberes y vio la televisión un rato. A medianoche, su padre todavía no había regresado, así que decidió irse a la cama.
Esa noche ella tuvo un sueño. Estaba parada al borde de una carretera concurrida. Coches y camiones transitaban a un ritmo alarmante. Miró al otro lado de la carretera y vio una figura familiar. Parecía estar gritándole algo, pero ella no pudo entender lo que estaba diciendo. Mientras el tráfico pasaba, se esforzó por oír. Los ojos de su padre estaban tristes. Parecía estar tratando desesperadamente de comunicarle algo; apenas pudo distinguir sus palabras: "No ... abras ... la ... puerta ...".
De repente, Karla se despertó. Alguien comenzó a tocar el timbre. Se levantó de la cama, luego, corrió por las escaleras hacia la puerta principal. Mirando a través de la mirilla, vio la cara de su padre afuera. Él estaba mirándola directamente. El timbre seguía sonando insistentemente.
- ¡Ok, espera! ¡Ya voy!"- gritó.
Estaba a punto de abrir la puerta, pero se detuvo. Miró de nuevo a su padre a través de la mirilla. Algo en su expresión no se veía del todo bien. Sus ojos estaban muy abiertos. Parecía aterrorizado.
- ¡Papá! - gritó a través de la puerta-, ¿olvidaste tus llaves?
- ¡Papá, contéstame!
- ¡Papá por favor!, necesito que me respondas.
- ¿Hay alguien más allá contigo?
- ¡No voy a abrir la puerta hasta que digas algo!
El timbre de la puerta seguía sonando, pero por alguna razón, su padre se negó a contestar sus gritos desesperados. Durante el resto de la noche, asustada se ubicó en un rincón del pasillo, escuchando impotente el timbre. Parecía ir por horas. Con el tiempo, ella cayó en un sueño ligero. Al amanecer, se despertó y se dio cuenta de que todo estaba en silencio. Se acercó a la puerta y miró de nuevo por la mirilla. Su padre todavía estaba allí, mirándola. Abrió cautelosamente la puerta y se encontró con algo que la llenó de un horror inimaginable: la cabeza cortada de su padre colgaba de un clavo sobre la del dintel de la puerta. Había una nota pegada al timbre. Decía: "Chica astuta".