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UN MILAGRO EN LA SOLEDAD

Ilustración de Daniela Puerto.


María José fue la ganadora del primer lugar de la categoría B en el I concurso de cuento del Gimnasio la Colina. Sobre Un milagro en la soledad, el jurado manifestó:

“En el primer lugar se ubica un universo tan hermoso como nostálgico. Una perfecta atmósfera que nos permite sentir la tristeza, la desolación y hasta el desamparo inevitable del personaje. Una tragedia bellamente construida que nos transporta al amor más allá de la muerte. Gracias a la sutileza de cada oración, otorgamos el primer lugar a Un milagro en la soledad de María José Gallego.”


Esa mañana el café estaba más amargo, el agua salió más fría de la ducha y el cielo estaba más oscuro, pero curiosamente la lluvia fue más suave e inconsistente.


Llegar a casa, no tener a quien anunciarte y que lo único que te abracé sea la soledad. Ante todo, Elizabeth bien sabía lo que era la compañía y eso de que “más vale estar solo que mal acompañado”, le parecía una porquería. Realmente. Ella tenía como compañero a su gato, Nilo. No obstante, su soledad iba más en torno a la ausencia de la presencia de aquellas emociones que los de nuestra especie emanan al relacionarse.


Con el primer paso que Elizabeth dio en su apartamento, la suave lluvia se convirtió en una tormenta eléctrica; la lluvia no era lo único deprimente, el ambiente de ese lugar lo era pos sí mismo. Ya era tarde, pero ella no tenía hambre ni la energía para buscar algún tipo de entretenimiento que no requiriera energía, tanto eléctrica como humana. Por lo tanto, decidió dormir, y a pesar de que era un poco temprano ella sabía que como era usual tardaría en quedarse dormida. Ya lista, arropada y cómoda en su cama, cerró sus ojos junto a Nilo. En ese momento, antes de quedarse dormida, sintió una desaforada y extremadamente fría ráfaga de viento en su cuarto, incluso Nilo se escondió bajo la cama, un comportamiento ciertamente extraño en su mascota. Lo anterior le provocó un escalofrío y una rara sensación. Con los ojos ya bien abiertos, quedó paralizada cuando vio a su padre entrar lentamente por la puerta y sentarse en su cama. No hubo una sola palabra hasta que el hombre rompió el silencio:


“Hola hija, vine porque quiero que sepas que te amo, que lamento no haber estado ahí todas las veces que me necesitabas. También quiero recordarte que eres extraordinaria y que todo lo que te pase te va a llevar a ser mejor. No espero que me perdones, pero si quieres hacer un milagro, perdónate a ti misma y lograrás ser feliz”.


Muy impactada, ella respondió lo primero que vino a su mente:


“Papá… ¿por qué nunca me dijiste esto cuando estabas vivo?”

Su padre ya había desaparecido, y mientras una lágrima caía por su mejilla, susurró: “Yo también te amo”.

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