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AMANECER


Ilustración de María José Gallego

El 9 de junio de 2036 era el cumpleaños 15 de Katherine. Ella venia de una familia muy humilde, vivían en un pueblito en Quindío llamado Quimbaya y su sustento eran 3 hectáreas donde plantaban café y lo vendían a sus vecinos, pueblos cercanos y negocios locales. Al ser una fecha especial, los padres de Katherine ahorraron y le dieron a su hija la libertad de elegir su propio regalo. Lo primero que compró fue un pasaje de bus hasta Armenia para visitar un centro comercial. Sin embargo, sus padres le sugirieron ir sola por el gasto que implicaba. Ella quería una cámara, porque le fascinaba la fotografía y la idea de poder capturar momentos y los hermosos paisajes de su hogar. Todas las cámaras que vio tenían un precio que acabaría con cada peso ahorrado por sus padres. Sin embargo, tras visitar varias tiendas y desistir del plan de la cámara, Katherine salió a la calle y lo primero que vio fue una tienda de segunda mano. Parecía una tienda con artículos vintage o antiguos y eso le generó mucha intriga. Lo que menos pensó la joven fue encontrar una cámara, pero para su sorpresa, ahí estaba, la única cámara de la tienda, con un gran lente y sin un dueño que la llenara de fotos. Al preguntar por el precio, Katherine se llevó una gran sorpresa, la cámara estaba muy barata, algo tanto inquietante como satisfactorio. Sin pensarlo dos veces ella entregó el dinero con una sonrisa en su cara. Antes de pagar el vendedor le advirtió “Ten cuidado. Esa cámara pertenecía a un par de jóvenes que murieron sin ninguna explicación y solo una foto de ellos. En mi opinión, esta compra no le va a traer nada bueno señorita”. Claramente, esto le puso los pelos de punta, pero asumió que el hombre quería asustarla y regreso a su tierra con su compra.


Nuevamente en Quindío, junto a su amada familia y el bello campo lleno de café, Katherine mostró a su familia su nueva cámara, y con el dinero sobrante celebraron con un pastel su cumpleaños. Al día siguiente, ella estaba en la plantación de café lista para capturar momentos. Vio que una mata de café tenia gusanos y le perecieron encantadores los pequeños hoyos en las hojas. Click. La primera foto, el inicio del fin. Unos segundos después algo extraño comenzó a suceder, ese gusano comenzó a desvanecerse y la hoja se empezó a marchitar. ¿Acaso estaba loca o era una coincidencia?, ¿cómo era posible algo así? Más tarde tomó otra foto, ignorando lo que paso anteriormente, una sencilla foto a su mano con una linda foto amarilla. Una bella y delicada foto. La flor se marchitó instantáneamente. PÁNICO. No podía ser una coincidencia, ¿qué pasaría con su mano?, ¿no se podía marchitar?, ¿verdad?


Al otro día amaneció y su brazo estaba podrido, literalmente, como aquella flor marchita. Katherine esperaba que fuera un sueño, sus brazos temblaban, podía sentir su corazón latir y sus ojos ponerse húmedos. Al mover su brazo, este se desvaneció. Sus padres no estaban en casa, ya que estaban transportando algunos pedidos de café. No quería asustar a su hermano entonces lo evitó y utilizó su saco aguamarina favorito para esconder la ausencia de su mano. Cuando empezó a especular se dio cuenta de dos cosas: tenía que deshacerse de esa cámara. También, al pensar en futuro se dio cuenta que su familia no tenía dinero para comprar o hacer un brazo electrónico, tal vez ni siquiera para una prótesis. Katherine aun no comprendía por qué o cómo era posible lo que le estaba pasando. Sus padres no llegaban, cada vez se hacía más tarde y debía ir a dormir al igual que su hermana. La joven ya estaba decidida en ir a quemar esa cámara apenas amaneciera, para que nadie volviera a tenerla en sus manos.


Cuando Katherine despertó, corrió a la cocina a contarle todo a sus padres, ellos no creyeron nada hasta que vieron el brazo de su hija. En ese instante ,y a pesar de lo impactados que estaban, recordaron que su pequeño hijo estaba afuera en el campo con la cámara y se lo dijeron desesperados a su hija. Katherine corrió y cuando vio a su hermanito le arrebató la cámara y le preguntó:


- ¿Has tomado alguna foto? ¡Dime que no, por favor!


- Tranquila! solo le tomé una foto al sol- dijo el niño, confundido.


De repente el amanecer comenzó a oscurecerse. Katherine observó sin nada que hacer, abrazó fuertemente a su hermano y le susurró:


-Lo siento. No sabía que se podría marchitar el amanecer.

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