Fotograma de la serie de Netflix Sense8
Hay una serie en Netflix llamada Osmosis. No la he seguido con asiduidad, pero eso no importa. Me importa uno de sus personajes: es un ser humano calvo, muy delgado, de una belleza que solo puedo definir como dura. Visto de un lado es una mujer, como tal viste; visto de otro puede ser un hombre. Para mí es ambiguo y, lo reconozco, no sé cómo situarme frente a esa persona, frente a su carácter andrógino.
Pongo el caso de este personaje, que me conflictúa y me confronta, porque los tiempos –como dirían las abuelas- han cambiado, y las reglas de antes no son necesariamente las mismas reglas que aplican ahora. Antes, en el tiempo de los abuelos, en el tiempo de los padres, en el tiempo de los profesores, dos eran los géneros y los sexos: masculino y femenino. A lo sumo, se discutía acerca de la orientación sexual, que también era de carácter binario: homosexual o heterosexual. En los últimos años, sin embargo, las cosas han comenzado a cambiar de manera drástica. Primero fue el movimiento de los derechos de la población LGTBI (Lesbianas, Gays, Transexuales, Bisexual e Intersexuales). Dicho movimiento no reconocía sólo la orientación sexual, sino que problematizaba la identidad de género. Entiéndase esto como la posibilidad de que habiendo nacido biológicamente de un género alguien pueda sentirse como perteneciente a otro. Esto es, pudiendo haber nacido hombre, una persona se puede sentir identificada como mujer, o también, viceversa. Si bien esta variación aún discute y problematiza si lo que llamamos género es una condición inherente a lo biológico o es un patrón cultural, aún reconoce la sexualidad como un principio de identificación.
Esto no sucede con quienes se asumen, por ejemplo, como asexuales. La asexualidad también es un fenómeno en apariencia reciente, y se trata, tal y como su nombre lo indica, de personas que tienen relaciones afectivas, pero sin ningún interés en que estas culminen en relaciones sexuales. Así pues, lo que antes era un patrón binario: homosexual, heterosexual, tiene ahora variaciones como la bisexualidad, la intersexualidad o la asexualidad.
Por último, tenemos los géneros fluidos, que se definen como aquellas personas que no tienen una sola identidad de género, sino que pueden, en determinados ambientes, situaciones, momentos o edades, sentirse identificados con diferentes géneros, independientemente de aquel con el que nacieron. De la misma manera, una cosa es el género con el que se identifiquen y otra su inclinación sexual.
Muchos de estos cambios se deben en parte a las conquistas que los movimientos feministas y movimientos queer, han ido logrando con el tiempo, inspirados en posturas estructuralistas como las de Foucault en su Historia de la sexualidad, generando cambios de paradigmas dentro del orden de la sexualidad. Así, si hubo un momento donde las mujeres se quedaban en casa criando los niños en tanto los hombres trabajaban y sólo funcionaban como proveedores, las conquistas laborales y económicas de las mujeres hicieron que esta situación fuera cambiando poco a poco, al punto tal que en muchos casos ha llegado a ser la inversa. Así mismo, el concepto de lo femenino ha ido ganando relevancia y saliéndose del estereotipo de lo frágil, lo bello, lo de adorno. Por supuesto, cuando lo femenino se moviliza, lo masculino inmediatamente tiene que hacerlo, revalorizándose posiciones y formas de relacionarse. Una de estas formas de relacionarse, por ejemplo, es el piropo.
El piropo puede ser definido como aquellas palabras elogiosas con cierto cariz sexual que una persona dedica a otra. Usualmente esas palabras provienen de un desconocido a una desconocida. Hoy, en Chile y Francia, el piropo es penalizado con multas y en Colombia se considera como acoso sexual. Hubo una época en que el piropo era considerado como una forma aceptada de coquetear, hoy puede ser una forma fácil y sencilla de acercarse a la pobreza. El ejemplo del piropo nos sirve para mostrar como aquellas formas de relaciones que se consideraban normales hoy ya no lo son, y exigen de todos nosotros detenernos sobre la forma en que nos relacionamos afectiva y efectivamente con los demás. Cuando nos salimos de lo binario, correcto o incorrecto, bueno o malo, masculino o femenino, la forma en la que se organiza el mundo se complejiza.
¿Pero qué significa todo esto?, ¿cómo nos afecta en la vida cotidiana?, ¿en nuestro día a día? Uno de los efectos más inmediatos es que la identificación del otro se encuentra más allá de su género. Hasta ahora, en el plano anecdótico esto se está reflejando en la búsqueda de una parte del feminismo que quiere que el lenguaje se modifique para hacerlo neutro. Si bien las modificaciones lingüísticas no se logran por decreto o por la exigencia de ningún grupo en concreto, sí es un síntoma de que las prácticas discursivas serán modificadas de alguna forma, puesto que, al encontrarnos con una amplia variedad de identidades de género, llamar a alguien como él o ella puede ser problemático (¿te has dado cuenta, atento lector, que en muchas partes utilizo la palabra persona o empleo una forma impersonal para no brindar un género al sustantivo?) sino irrespetuoso. Otro efecto colateral puede ser el empleo de diversas formas de vestir que no correspondan a nuestra división binaria de los géneros. Así, el empleo de faldas e incluso sostenes en hombres puede convertirse en algo más que un uso exótico de las pasarelas. Por supuesto, todo esto nos exige replantearnos nuestras formas de relación personal con nuestro entorno a niveles que, quizá, aún no vislumbremos del todo. La liquidez de los géneros se abre paso de forma lenta, pero segura.
He comenzado con un ejemplo de la ficción, el personaje de Osmosis; podría nombrar también la serie, también de Netflix Sense8; sin embargo, quedarnos en ellos sería como asumir que la liquidez de los géneros es un asunto meramente ficcional o que no hace parte de nuestra cotidianidad. Por esta razón es importante mencionar a Brigitte Baptiste, la directora del Instituto Humboldt en nuestro país. La historia de Baptiste es muy interesante, pues comienza su vida como hombre y en algún momento, por diversas circunstancias (ninguna de ellas traumática) explora su femineidad y comienza una transformación que hoy la ubica como una figura relevante para los movimientos feministas y queer. Es relevante por dos situaciones: Baptiste inicia su transformación a una edad adulta, teniendo ya una familia constituida, y siendo, además, un académico con un lugar relevante a nivel social y nacional, pues el Instituto Humboldt es una autoridad nacional e internacional en el campo de la Biodiversidad. Curiosamente, en un país tan pacato y moralista como el nuestro, Brigitte Baptiste conserva su prestancia académica y social, sin que la sociedad intente normalizarla de alguna manera. No puedo dejar de mencionar que tales logros solo aumentan mi admiración hacia ella y su trabajo.
Las personas como el personaje de Osmosis, como Brigitte Baptiste, serán cada vez más frecuentes en nuestra sociedad. En lo personal aún no estoy seguro de cómo entenderlo y cómo asumirlo. Sin embargo, hay algo que tengo claro, no se trata de una moda o situación del momento, y exige de mí, de todos, una apertura mental para enfrentarnos a este y los cambios que sobrevendrán.